Un soldado, Marquetalia y mucha furia.
(Segundo artículo de una trilogía originalmente publicada entre agosto, septiembre y octubre de 2016 por el medio digital colombiano m.laorejaroja.com en el marco de los acuerdos de paz y el plebiscito por la paz).
“Maten con ardor, pero no con odio”. Les decía Ernst Jünger a los soldados.
En el marco y desarrollo de las guerras mundiales modernas de los imperios -
las potencias eclipsadas, las ansiosas por eclipsar y las que por su naturaleza
surgirían -, aquel individuo con
espíritu de acero, legionario extranjero que luchó en África, avezado
entomólogo, formado en la universidad bajo un ritmo igualmente trepidante, que sería
artífice junto con otras lúcidas y apasionadas mentes, como la de Carl Schmitt - puesto que para crear un imaginario así presumo que se requiere pasión -,
de la corriente “Konservative Revolution”, singular movimiento de pensamiento
que profesaba un nacionalismo radical, como rechazo a las ideas del liberalismo
que desde finales del siglo XVIII habían producido transformaciones sociales en
el centro de Europa.
En las trincheras del conflicto de esa primera gran guerra de inicios del siglo XX, Ernst Jünger el soldado alemán, le sugería a
los combatientes que separaran el ardor del odio al momento de atacar al
enemigo, más tarde sería reconocido como uno de los grandes escritores
europeos, acaso visto por el mismo Adolf Hitler bajo una especie de aura mística
producida en gran modo por su historia de vida y el tejido de sus líneas con
una fuerte presencia de crecimiento y experiencia interna. <<Tempestades de
acero>>, sería un libro con efectos de tipo iniciático en Hitler “el
lector”. Me atrevo a decir que esa
sentencia del “emboscado” escritor, sugiere eliminar al “otro” bajo una especie
de estado de “eficacia anímica” o “apasionamiento eficaz”, lo que en términos
colombianos vendría a ser algo así como: “con entusiasmo, con dinamismo, con
berraquera”. En todo caso, Jünger no contempla el odio. Se trata de una de las
más elevadas pasiones, bajo circunstancias extremas ya que se encuentra en
juego la vida, pasión mencionada para ser descartada, por un extraño
nacionalista y reaccionario que buscaba la purificación de su espíritu a través
de la intensidad de la guerra.
¿Qué sentiría la tropa al momento de hundir las bayonetas? ¿Qué mirarían en sus ojos los guerreros rivales? Enigma de la historia (y sin embargo existen las crónicas de la guerra). Lo cierto de todo es que Jünger llegó a ser admirado por los nacionalistas y conservadores alemanes; pero el Capitán Jünger siendo apóstol de la derecha más radical, como todo ser humano que tiene derecho al desencanto, vio el peligro que se avecinaba en las pretensiones del nacionalsocialismo con sus delirios totalitarios y por instinto como también por condición decidió apartarse. Él, que en su forja del espíritu destacaba aquello que llegó a considerar como los primeros secretos de la vida en su larga y compleja cadena de figuraciones, en ese marco de frenesí que atravesó a Europa, se encontró de pleno ante el macabro absurdo.
<<El uniforme, las
condecoraciones y el brillo de las armas, que tanto he amado, me producen
repugnancia>>. Escribió Jünger en su diario al informarse sobre el
espectáculo infernal del holocausto judío.
Los sistemas políticos o religiosos de carácter totalitario comienzan
bajo un idioma de exacerbación de la identidad y de urgencia, su momento de cenit no son las
persecuciones o la quema de libros, es la muestra orgullosa de las sepulturas y su habilidad para la eliminación. De manera cíclica, como una especie de atavismo, una gran ceguera puede llegar a extenderse entre los hombres en la marcha de los tiempos
y cualquier sistema de orden o de pensamiento que enceguece, termina tropezando debido a ese mismo
padecimiento.
Ceguera también ha padecido nuestra sociedad colombiana, muy particular por cierto, defendida a capa y espada por gremios o sectores de élite, los que ante la oportunidad de que la gente se libere de dicho estado de obcecación, arremeten sobre las personas con toda la inflexibilidad que las herramientas de la ley y el tradicional imaginario de poder que han construido les pueda permitir.
En una sociedad permanentemente ofuscada como la
nuestra, aquellos que no se dejan deslumbrar y nos hablan con las luces de la
razón son tomados por enemigos. El estado de ceguera en que vive Colombia tiene
tal vez como su principal palanca de apoyo, la permanente manifestación de un odio
ancestral. Es el odio a lo diferente, odio a quien exige el reconocimiento de
sus derechos, a todo lo que existe más allá de nuestros espectros de
certidumbre y control. Odio en la sangre, odio entre las clases sociales, odio
en los credos, constituidos también, para establecer linderos en medio del cosmos
ontológico de la criatura humana.
Ciclos
Cuando se acerca el cincuenta y uno aniversario de la Primera Conferencia del Bloque Sur, hecho político con el que se sostiene que nació oficialmente la guerrilla de las FARC como estructura bajo una específica concepción político-militar se acerca también, el fin de Marquetalia como matriz fundacional-organizativa de las FARC en su pretensión sistemática de la toma del poder por la vía armada. La democracia colombiana se prepara para decirle adiós a Marquetalia en su contexto de violencia política. Termina así, el aislamiento histórico en que vivieron los combatientes rebeldes de las FARC cuando se propusieron derruir las estructuras de un sistema hermético y tradicional acumulador de riqueza. Los electores colombianos se alistan para dar la bienvenida a las FARC como actores políticos dentro de una serie de parámetros legales y constitucionales, experiencia del consenso y el derecho, que muy seguramente será tenida en cuenta por otras naciones del tercer mundo enfrascadas en sus propios conflictos armados.
Al tiempo que se reaviva la esperanza en Colombia ante la posibilidad de llegar a superar un frenético y largo conflicto interno, se levanta también una cruzada de odio que se opone a la materialización del esperanzador sueño democrático. Ese odio heredado se ratifica, está rasgando sus vestiduras. Durante largos años, con elaboradas argucias ha polarizado al país, pero la misma experiencia del horror les ha proporcionado luces a los colombianos. Nuestras circunstancias sociales nos han demostrado que entre los diversos grupos beligerantes, junto a sus defensores, promotores o detractores, no existen románticos inocentes, esas fantásticas historias de pitonisas y culebreros se quedaron en el siglo XX.
La experiencia enseña y el artificio de la ceguera se desploma, una amplia porción de los electores del siglo XXI están más
informados, paralelo a la existencia de una masa reducida al clientelismo, se
fortalece también una base responsable de ciudadanos que buscan la defensa del
interés común; en ese propósito, saben que es necesario estar por encima de las
furias culturales. Muchas veces hay que sacrificar unas cosas para obtener
otras, máxime cuando se trata de decidir sobre la terminación de una guerra que
de una u otra manera, también le propinará una fina bofetada al motor del odio
ancestral que traspasa generaciones.
Fabián Vega Villazón.
Escritor y abogado de la Universidad Nacional de Colombia, con Especialización en Derecho Público de la Universidad Externado de Colombia y candidato a Magíster en Derecho de Estado.
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