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EL SONIDO DE LOS ÚLTIMOS TAMBORES

(Primer artículo de una trilogía originalmente publicada entre agosto, septiembre y octubre de 2016 por el medio digital colombiano m.laorejaroja.com en el marco de los acuerdos de paz y el plebiscito por la paz).


África fue siempre vista como gigante piedra preciosa por la singular ambición de los colonizadores europeos, amplio territorio de ¨salvajes¨ y riquezas invaluables, ha sido durante largo tiempo una pista de carreras para mostrarle a los demás competidores del ´modelo civilizatorio´, cómo se escribe un destino. 

Ejércitos colonialistas penetraban con arrogancia en el corazón de las tinieblas, los pueblos sometidos entregaban su energía sin lograr comprender la naturaleza angustiante del racionalismo occidental en su parte más visceral o agresiva. Sin embargo, en la actualidad sabemos de las luchas de resistencia, del indómito espíritu del hombre africano enfrentando el avance del invasor. Repeliendo su formación, su disciplina blanca, su armamento, todo ese aparato tecnificado al servicio de las compañías. Frente a ese mal, numerosos pueblos acudían a la memoria de sus antiguos, al mismo tiempo que alentaban a los guerreros, con sus particulares tambores de guerra invocaban y también confundían al enemigo. Un tum tum tum interminable, definitivo, la sangre se mataba con la sangre, en un rito antiguo de ofrenda y desprecio.

En Colombia hoy, siguen sonando los tambores, no son tambores del palenque, son más bien redoblantes de quién tomó las tierras del nativo. Rancias élites del pasado que uno o dos siglos atrás echaron raíces de forma abrupta, tienen miedo de perder lo que acumularon.
 
Un afortunado giro histórico está siendo orientado por nuestro actual presidente junto a un equipo de altos operadores de Estado, quienes a pesar de ser parte de una clase privilegiada que ha ostentado el poder en Colombia, lograron entender que como país no vamos pa’ ningún lado de seguir confrontándonos a machete, fusil y motosierra, que defendiendo ideas de grandes dueños de la tierra no llegaremos a ningún Pereira, ese producido seguirá siendo pa’ ellos y sus hijos.

En nuestro país no podemos desconocer el trabajo de acero y fuego efectuado por nuestro ex presidente Álvaro Uribe, con una mentalidad de guerra, de valiente perro dóberman, que condujo a la guerrilla de las FARC a una instancia de evaluación bajo consenso interno de esa fuerza rebelde, como circunstancia propicia para el acercamiento y la negociación de la paz con el gobierno de Santos. Movimiento determinante este, que no significa en ningún modo el sometimiento del enemigo, cualquiera con más de dos dedos de frente, conoce bien, la capacidad de batallar desarrollada por la guerrilla colombiana.

Lo que ocurre en este momento en Colombia (o al menos así nos lo hacen creer muchas de las actuales circunstancias), es que hemos llegado a un punto de histórico y definitivo cierre. Las partes en conflicto, de una larga era de violencias políticas por la participación de los derechos económicos, están dialogando, están superando sus diferencias, están haciendo un camino posible en medio de la bifurcación de sus elecciones.
 
Hace dos años votamos por un presidente que nos presentó un proyecto razonable de paz, votamos por él, y cuando lo hicimos, le dimos el sí a la plataforma oficial y a los presupuestos que de algún modo le daban forma a su iniciativa de paz. Sin embargo hoy, se está buscando la refrendación de los diálogos, la legitimación por parte de los colombianos de un proceso de paz que dejó de ser un sueño. Con ese voto se dirá sí, a la implementación de unas políticas públicas con efecto prolongado dentro de un espectro amplio de defensa de derechos fundamentales, sí, a la orientación de una plata, de una inversión sólida, que materialice el proceso de paz. 

Cualquier colombiano que se precie de ser inteligente, presumo que naturalmente votará por el sí. Oponerse es para los incautos, para los arribistas borregos, naturalmente se entiende la oposición de muchos que han detentado el poder, de aquellos que obtienen grandes utilidades con la guerra, liberan a sus furiosos caninos y en esa trayectoria, van sembrando pánico o terror entre la gente, entre los indefensos o desprevenidos. 

¿A qué estrategia acudirán quienes se oponen a la paz? ¿Qué se van a inventar ahora? ¿Un atentado con bombas? ¿La noticia de la aparición de un letal ejército gay en las principales ciudades de Colombia implantando un nuevo orden mundial? Después del trágico drama de las motosierras, la ultraderecha colombiana terminó en la más ridícula de las comedias. 
¡Por Dios! Ya está bueno, hay que darle un respiro al país. Los que no somos de izquierdas o de derechas, los que hemos leído de forma crítica a este país, independientes o separados de los mitos e imposturas de cualquier ideología, al interpretar nuestros acontecimientos, sabemos que este momento es casi que irrepetible. Si la paz no se hace con este presidente, que es un hijo legítimo de la aristocracia colombiana, difícilmente se hará con otro presidente. Si nos apegamos a algunas manifestaciones o ciertos gestos visibles de miembros de la aristocracia, podemos pensar e incluso creer que el presidente Santos ha sabido convencer a su clase, les ha quitado los miedos, les ha mostrado las ventajas. 

Un tiempo dinámico

Se están quedando relegadas en el pasado las cuasi respetables élites de provincia, tienen mucho miedo y golpean desesperadamente sus tambores. Frente a ellos, reclamamos respeto para todos los colombianos. Escribo en plural, asumiendo que de algún modo represento a muchas voces. 
A quienes quieren hablarnos del dolor, nosotros, una amplia pluralidad que conforma a este país, les decimos que conocemos el dolor desde la infancia. ¡Porque es así! Dolor causado por los farucos, dolor causado por los elenos, dolor causado por los paracos, dolor causado por el narcotráfico, dolor causado por la historia. 
En este país padecemos un profundo dolor sistémico.

Los que quieren la guerra, que envíen sus hijos a la guerra, como valientes Aquiles, o como aquellos estudiantes de Cambridge y Oxford, que en las recientes guerras mundiales de los imperios marchaban como oficiales de batalla en la vanguardia, para darle moral a los soldados rasos ponían su pellejo por la nación.
 
La construcción del Estado Colombiano debe seguir adelante, si está en manos de la providencia y los colombianos así lo quieren. ¿Para qué oponerse? Los más diversos desafíos vendrán para el país, cada día debe hacerse más prioritaria la consolidación de sus instituciones como garantes de los derechos sociales, con los que se irá ampliando la participación de los derechos económicos. 
Valiente país, cuántas cosas ha superado y las que faltan, pero es necesario terminar el sonido de esos tambores.

Fabián Vega Villazón.

Escritor y abogado de la Universidad Nacional de Colombia, con Especialización en Derecho Público de la Universidad Externado de Colombia y candidato a Magíster en Derecho de Estado.


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